No vale
ser generoso sin dejar de ser egoísta
Esa pobre viuda ha echado más que nadie
Lectura del santo evangelio según san Marcos 12, 38-44
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: ¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.
Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.
CONTEXTO
Hemos saltado todo el capítulo 11 y nos encontramos en los últimos versículos del 12. Jesús ya ha entrado en Jerusalén y ha realizado la “purificación del templo”. Solo queda por delante en el evangelio de Marcos el discurso escatológico del capítulo 13 y la pasión.
Jesús una vez más, enseña. A pesar de que el episodio que acabamos de leer se reduce a cuatro versículos, tiene una profundidad enorme. En efecto, para mí, es el mejor resumen que se puede hacer de todo el evangelio de Marcos.
La extrema simplicidad del relato esconde el más profundo mensaje de Jesús: toda la parafernalia religiosa externa no tiene ningún valor espiritual; lo único que importa es el interior de cada persona. Esa actitud fundamental, se puede manifestar en los gestos más sencillos y aparentemente anodinos.
En las dos viudas de las lecturas, encontramos hoy un nuevo ejemplo de lo que significa una fe auténtica, confianza absoluta.
Después de manifestar de muchas maneras la actitud de los dirigentes judíos en los versículos precedentes, el evangelio quiere proponernos como ideal, la sencilla postura de la viuda. Seguramente ni siquiera sabía leer, pero la lección que nos da es de las que no se olvidan.
Lo que el rico de hace unos domingos fue incapaz de hacer, lo hace ella con toda naturalidad. El mensaje no puede ser más transparente. Hoy hay muy poco que explicar. Simplemente tenemos que dejarnos interpelar por el relato y tratar de descubrir si nuestra actitud está más cerca de la de los fariseos o más cercana a la de la viuda.
En este episodio queda claro el talante de Jesús. Cualquiera de nosotros, progresistas, le hubiéramos dicho a la viuda: no seas tonta; no des esas monedas a los sacerdotes; tienen más que tú. Utilízalas para comer...
Pero Jesús que acaba de criticar tan duramente los trapicheos del templo, descubre también la riqueza espiritual que manifiesta la pobre viuda y reconoce que a ella sí le sirve esa manera de actuar, porque es reflejo de su actitud para con Dios. Alejada de todo cálculo, se deja llevar por los sentimientos más genuinos.
EXPLICACIÓN
“Echaban”. En griego y en latín dice arrojaban. Recordemos que el gazofilacio era el lugar del templo donde se almacenaban las ofrendas. Las monedas se depositaban en una especie de embudos enormes en forma de bocina, colocados a lo largo del muro. La amplia boca de las bocinas de bronce permitía lanzar las monedas desde una distancia considerable. Los ricos podían oír con orgullo, el sonido de sus monedas al chocar metal con metal.
Parte de estos donativos se dedicaban a remediar la pobreza extrema, muy extendida en aquella época.
Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. El comienzo “amen dico vobis” indica que la frase es muy importante. La idea de que Dios mira más el corazón que las apariencias no es nueva en la religiosidad judía; se encuentra en muchos comentarios del Antiguo Testamento. Jesús profundiza en la idea y se la propone a los discípulos como ejemplo da actitud religiosa. Esta es la originalidad.
Lo que echó la viuda fueron dos monedas del más bajo valor de la época. Añade el texto: “que hacen un cuadrante”, porque el cuadrante era conocido en todo el imperio. Las dos monedas constituían una cantidad auténticamente ridícula. La traducción debía acomodarse a cada época. Hoy debía de ser “dos céntimos”.
Dio todo lo que tenía para vivir. Para captar toda la fuerza de esta frase final, tenemos que tener en cuenta que en griego “bios” significa no sólo vida, sino también, modo de vida, recursos, sustento; sería el conjunto de bienes (normalmente alimentos) imprescindibles para la subsistencia. Nosotros tenemos una palabra que se podía aproximar bastante a lo que expresa el texto griego “víveres”.
Quiere decir, que dio todo su sustento (vida), es decir todo lo que constituía su posibilidad de vivir. La actitud de la viuda equivalía a poner su subsistencia (vida) en manos de Dios.
APLICACIÓN
Para entender el relato de hoy, hay que tener en cuenta que Jesús ya había llevado a cabo la “purificación del templo”. Sabemos su opinión sobre la manera como se gestionaba el culto y su crítica al expolio de los pobres en nombre de Dios, para que los jefes religiosos vivieran como reyes.
De hecho, el templo era el centro económico de todo el país. Esa economía estaba basada en la obligación de ofrecer sacrificios y de dar al templo el diezmo de todo lo que cosechaban, incluido el perejil. El Dios liberador del Éxodo, se había convertido en el dios opresor y exigente que esclavizaba el pueblo por medio de sus dirigentes. La viuda y el niño eran los estamentos sociales más desprotegidos.
En contra de lo que solemos pensar, el evangelio nos está diciendo que el principal valor de la limosna no es socorrer una necesidad perentoria de otra persona, sino mostrar una verdadera actitud religiosa hacia Dios y hacia los demás. La insignificante limosna de la viuda demuestra una actitud de total confianza en Dios y de total disponibilidad ante él (una vez más descubrimos el verdadero sentido de la fe-confianza). Eso es lo importante.
En nuestras relaciones con Dios no sirven de nada las apariencias. La sinceridad es la única base para que la religiosidad sea efectiva. A Dios no se le puede engañar con apariencias.
No se trata directamente de generosidad, sino de desprendimiento. Lo que el evangelio deja claro es que el egoísmo y el amor son los dos platillos de una misma balanza, no puede subir uno si el otro no baja. Nuestro error consiste en creer que podemos ser generosos sin dejar de ser egoístas. Lo que Jesús descubre en la pobre viuda es que, al dar todo lo que tenía, el platillo del ego bajó a cero; con lo que, el platillo del amor había subido hasta el infinito. Si mi limosna no disminuye mi egoísmo no tiene valor ante Dios.
El evangelio de hoy ni cuestiona ni entra a valorar la limosna desde el punto de vista del necesitado, porque lo que la viuda echó en el cepillo no iba a solucionar ninguna necesidad. Jesús ensalza la actitud de la viuda, aunque acaba de criticar muy duramente la manera que tenían los sacerdotes de gestionar los donativos al templo.
La limosna de la que hoy se habla, no es la que salva al que la recibe, sino la que salva al que la da. Se trata de valorar la limosna desde el punto de vista del que la hace. La diferencia es tan sutil que corremos el riesgo de hablar hoy de la compasión hacia los pobres, o de la necesidad de hacer limosna para remediar tanta necesidad extrema. No se trata de eso.
La motivación religiosa de cualquier limosna no debe ser, en primer lugar, remediar la necesidad de otro que está en peores condiciones que yo, sino el manifestar el desapego de las cosas materiales y afianzar nuestra confianza en lo que vale de verdad. La cuantía de la limosna en sí, no tiene ninguna importancia; sólo tendrá valor espiritual, si al hacerla, entrego algo de mí mismo, es decir cuando supone privarme de algo por mínimo que sea.
Dar de lo que nos sobra, o dar en cantidad que no supone ninguna mengua en mi vida, puede tener un efecto social para los demás, pero ningún valor religioso para mí. Si de verdad quiero estar seguro de que mi limosna vale la pena, tiene que dolerme algo.
El que recibe una limosna, puede estar realmente necesitado de lo que recibe; en ese caso, la limosna remedia una necesidad y cumple directamente un objetivo social. Ese objetivo no es lo esencial, porque puede alcanzarse por circunstancias completamente ajenas a una voluntad humana.
El que recibe una limosna, puede aceptarla como una lotería sin descubrir la calidad humana del que se la ha dado. O puede darse cuenta de que la actitud del otro le está invitando a ser él mismo más humano. Si esto segundo no sucede, es que la limosna como acto religioso, ha fallado para el que la recibe. Alcanzar este último objetivo, en la mayoría de los casos, depende de la manera de hacer la limosna.
El que la da puede ser que tenga sus necesidades bien cubiertas y da de lo que le sobra; o puede ser que se prive de algo que necesita, al hacer la limosna. En el primer caso, aún podía demostrar un cierto desapego al superar el afán de acaparar y buscar en las riquezas una excesiva seguridad para el futuro. En el segundo caso estamos en una dinámica religiosa.
Se podría dar el caso de que un necesitado hace una limosna de la que se va a aprovechar el que no la necesita. Seguramente este es el caso que nos está narrando el evangelio. Aún en esa circunstancia, el objetivo religioso de la limosna se cumple.
Sin tener esto en cuenta, con frecuencia dejamos de dar una limosna, porque no estamos seguros de que vaya a remediar una necesidad real. En este razonamiento demostramos que no tenemos claro el sentido religioso de la limosna.
Solo cuando das lo último que te queda, demuestras que confías absolutamente. El primer céntimo no indica nada; el último lo expresa todo.
Decía S. Ambrosio: Dios no se fija tanto en lo que damos, cuanto en lo que reservamos para nosotros. Un famoso escritor actual dijo en una ocasión: sólo se gana lo que se da; lo que se guarda se pierde. La viuda, al renunciar a la más pequeña seguridad, manifiesta la verdadera pobreza.
Meditación-contemplación
La viuda entregó todo lo que
tenía para subsistir.
Las dos monedas no tenían ningún
valor,
pero la actitud interna que
demuestra ese insignificante don
es lo más valioso que podemos imaginar.
……………
Los actos solo tienen valor
religioso y humano
en la medida que son expresión de
nuestro interior.
No importa que sean
espectaculares o insignificantes.
Su valor está en lo más íntimo de
la persona.
………………
Mi escala de valores debe cambiar.
Debo dejar de valorar lo que se
ve,
para empezar a valorar en mí y en
los demás
lo que me hace más humano y más
cristiano.
………………